lunes, 26 de abril de 2010

Tu otro banco... y cada día el de más gente.


No soy un moroso. Soy un estafado e ignorado por un sistema capitalista brutal y despiadado.

Yo era un ciudadano productivo más, de los muchos que hay como yo, víctimas del escándalo financiero que se está produciendo y encubriendo en nuestro país por las fuerzas políticas existentes. Trabajaba con ilusión, pagaba mis impuestos, generaba puestos de trabajo y riqueza.

Suscribí una hipoteca con el mismísimo diablo disfrazado: una de las entidades más fuertes del panorama económico y financiero nacional e internacional, el Banco de Santander. Pagaba puntualmente la misma hasta el momento en que una enfermedad degenerativa se apoderó de mi cuerpo y, con ello, de todas mis posibilidades de mantener la misma vida laboral y productiva que hasta ese momento había realizado. La nueva discapacidad me fue generando unos costes económicos de adaptabilidad de vida, consultas médicas y tratamientos, que nuestro actual sistema político y Administrativo, no cubre ni de lejos en su totalidad

Puse en conocimiento de esta entidad bancaria mi nueva situación, confiando en que su anunciada respetabilidad me correspondería con el mismo apoyo que yo un día les dispensé a ellos, que responderían a la confianza que yo les deposité al suscribir mi operación de crédito. Esperaba que ante mi nueva situación de invalidez, con la que he perdido una importante movilidad y me obliga a desplazarme en silla de ruedas, el banco me abonaría el importe de la póliza de seguro que en su día me obligaron a contratar y, que preveía este tipo de situaciones, más la de accidente o fallecimiento.

Pero lejos de rebajar ese importe de mi hipoteca y presentar una propuesta de amortización que se adaptase a mi nueva situación económica, me convertí en presa de sus constantes acosos y malas maneras. Poniendo la guinda a estos abusos el mismísimo Director de la Sucursal del Banco de Santander que me concediera en su día la hipoteca: esta persona entró en mi domicilio particular saltando por encima de una puerta que se encontraba cerrada, ante la presencia de testigos que corraboraron este hecho en la denuncia que interpuse ante la policía autonómica catalana.

Hoy me encuentro con que se han comido mis ahorros y una buena parte de los ingresos que obtenía cuando podía desempeñar mi trabajo. Pretenden embargarme mi hogar y dejarnos a toda la familia en la calle, prestos a subastarlo por un importe muy inferior a su valor real y al que en su día yo mismo suscribiera, para beneficio de crápulas y subasteros.

Ese es el Banco de Santander. Una de las entidades que más fondos públicos y privados recauda y gestiona; una de las entidades que más beneficios económicos habitualmente declara. La misma que se jacta de invertir 200 millones de euros en el equipo de Ferrari y Fernándo Alonso, para seguir luciendo poderío en esta España de amodorramiento, de circo y pandereta. La misma que financia con fortunas inmorales la compra de futbolistas, para que ese poderío, forjado con el dinero de sus clientes y los abusos que le permite el Gobierno ejercer sobre los mismos, traspase fronteras y muestre al mundo el despilfarro que existe en este país, por encima de necesidades sociales de primer orden, por encima de conciencias y personas desesperadas, para hacer todavía más evidente la falta de sensibilidad y compromiso con una sociedad que le ha permitido todo y se ha convertido en la Meca de ávidos banqueros y políticos corruptos.

Un país que no siendo ni de lejos la tercera potencia económica mundial, ha metido entre las filas del capitalismo internacional al tercer banco más potente, ese que con nuestro dinero se ha convertido en uno de los más ricos, pero también de los más pobres en gratitud y calidad humana. Ese que ha sabido, como todos sus homólogos nacionales, aprovecharse de la bondad de las gentes conformistas de este país, aprovecharse también de sus desgracias y, de una legislación que parece proteger únicamente los intereses de estas entidades, en detrimento de los más débiles. Una legislación que utiliza la maquinaria democrática y su Estado de Derecho, para dar forma a un inverosimil escenario de injusticia para sus ciudadanos y, albergar a un gran número de insaciables tragaperras que se han arropado bajo las sábanas celestiales de este fantástico paraíso financiero situado al sur de Europa.

Este es su banco y cada día el de más gente, el mismo en el que invierten su vida y su dinero.

Estoy aquí con mi hijo, en la calle, donde ellos nos quieren dejar. Me he plantado ante una oficina del Santander porque deseo poder mirar y que me mire a los ojos uno de los hombres más ricos del mundo: el Sr Botín. Para que sepa de donde sale una sustancial parte de sus beneficios y de su dinero, de tragedias como la que hoy os cuento.

Érase una vez... la corrupción y la codicia.

Ven al Santander, queremos ser tu Burguer.